7 de febrero de 2006
Dios aún no ha muerto
Víctor Moreno - Escritor. Humor y religión
Pues menos mal que se había muerto, según el agorero de Nietzsche. Porque si llega a estar vivo...En mi desvarío ateológico tiendo a imaginar que Dios existe y que interviene directamente en las calamidades que se ejecutan en su nombre. Que, harto ya de que se use una y otra vez su nombre en vano, aparece en una nube fulgurante como en el Antiguo Testamento y empieza a echar fuego de su infinita boca contra tanto intermediario de pacotilla. Y no sólo. También arremete contra esas masas con la boca retorcida clamando venganza contra el infiel, convirtiéndolas en estatuas de sal o de granito, y contra esos obispos tan relamidos y fisnos que dicen lo mismo que los exaltados pero guardando las formas litúrgicas del dogma.
Pero no. Dios no interviene y permite que unos intermediarios, tan astutos como aprovechateguis, interpreten sus designios. Y no sé, si el propio Altísimo ha reparado alguna vez en que su silencio cósmico les viene de perlas a quienes trafican con su Voluntad.
Y es que no se trata de que Dios permita tanta catástrofe ejecutada en su nombre sino, sobre todo, que consienta la existencia de sujetos desaprensivos que han decidido que sólo ellos sean sus intérpretes con denominación de origen. Y me da lo mismo que sean judíos, musulmanes como católicos. Sólo por este detalle se debería sospechar de la existencia de este Ser metafísico y transcendental. ¿Cómo puede tener Dios tan mal gusto a la hora de elegir a sus representantes aquí en la tierra?
Cuando el tortuoso Dostoievski dicen que dijo que «si Dios ha muerto, todo está permitido», estaba cometiendo una burda mentira. Porque Dios, al no existir, no puede morirse nunca. Sólo se morirá cuando no quede en tierra el homínido evolucionado que lo inventó a la medida de sus cortas hechuras. Nadie, ni los ateos siquiera, podemos negar que Dios es el inconveniente existencial más fascinante que haya podido crear el miedo humano. Porque, en realidad, como Dios existe, todo está permitido. Y eso es lo trágico, no que haya ateos. Porque es en su nombre, y sólo en su nombre, la razón o la causa por la que ciertos hombres se enajenan de tal modo que habría que enjaularlos a todos en un manicomio. ¿Alguien se ha preguntado, por ejemplo, si a Dios, Alá o Jahvé, le han sentado mal las caricaturas sobre uno de sus profetas? ¿Por qué consideran que Dios no tiene sentido del humor y no aceptan que se lo pase bomba, nunca mejor dicho, cuando alguien se desmetafisica (sic) de risa de él o de sus enviados a la tierra?
La verdad es que parece hasta mentira que en pleno siglo XXI se siga aceptando crédulamente que haya hombres y mujeres me da igual que procedan del catolicismo como de las tinieblas, valga el pleonasmo que aseguran tener hilo directo con la telefonía móvil del Altísimo.
Partiendo de esta premisa que engloba una cantidad de hechos a cuál de ellos más hilarantes-, ningún creyente debería sentirse molesto. Al contrario, tendría que rebosar orgullo por ser su religión motivo de risa y complacencia satírica. Si no recuerdo mal, hacer reír al triste es una obra de misericordia. De verdad. Y lo digo sin ningún afán sarcástico. Es que no se pueden negar las posibilidades humorísticas que la religión lleva inserta en sus modulaciones. No existe ningún dogma, ningún principio, ninguna formulación de catecismo, que no se preste al descuajeringamiento general. Y esto es lógico que así sea, porque las creencias religiosas son tan sólo creencias, por no decir fabulaciones más que hilarantes. Algunos quieren hacernos pasar por el aro de que dichas creencias religiosas constituyen el meollo de la dignidad humana. No se dan cuenta de que quienes esto formulan están infiriendo que quienes no creen no tienen ni dignidad ni humanidad. Y que quienes creen están por encima, humanamente hablando, de aquellos que no creen. ¡Y luego pedirán respeto a sus creencias! ¡Pero si no saben afirmar su credo sin insultar a media humanidad!
Se olvida que las creencias religiosas están a la misma altura digna que las creencias políticas, creencias gastronómicas y creencias astronómicas. ¿Por qué las creencias religiosas han de tener un estatuto de privilegiada consideración frente a otras creencias?
Las creencias son un producto social como el resto de las creencias. Son como, decía alguien, «un a priori acumulativo». Una colectividad a fuerza de ver las cosas de una determinada manera acaba por entender que la única realidad existente es esa visión que tiene de la misma, y, lo peor de todo, que no hay otra. Este planteamiento conlleva tal peligro que si estas creencias no se discuten, acabarán por pasar de generación en generación, y será muy difícil erradicarlas. Pero eso no quiere decir que dichas creencias se sostengan en la percha de la verdad. Durante siglos se creyó que era el Sol quien daba vueltas alrededor de la Tierra. Y que la lepra y los terremotos eran producto de la blasfemia.
Si respetáramos las creencias, la sociedad no avanzaría un ápice. Gracias a la crítica y al enfrentamiento contra ciertas creencias, sobre todo las religiosas, ha sido posible el humanismo y la tolerancia. ¿O es que, acaso, se ha olvidado que la Inquisición o el Indice de Libros Prohibidos pretendían salvaguardar las creencias religiosas de unos contra las de los otros?
Es mentira que las creencias sean respetables. No lo son, ni deben serlo. Tampoco, las ideas. Que haya creencias e ideas más respetables que otras, nadie lo niega, pero no es el caso que disputo ahora. ¿Es un derecho fundamental, como se ha dicho, «tener respeto a las creencias religiosas»? Supongo que en la misma medida que lo sea el respeto a las creencias sexuales, económicas o artísticas, ¿no?
No se trata de si se traspasan o no los límites de la libertad de expresión como si en Occidente no se hiciera con la libertad de expresión lo que dicten los intereses de Estado, sino de aceptar de una vez por todas que las religiones, todas las religiones, son muy dignas de sarcasmo y de ridiculización como cualquier otra costumbre de la sociedad en que vivimos. Es más. Los buenos creyentes tendrían que agradecer a aquellos que con sus chistes y sus sátiras les hacen ver cómo pueden convertirse en sujetos más agradables ante los ojos del Omnipotente, en quien enajenan su autonomía existencial.
Que se sepa, y hasta donde llega mi entendimiento del asunto, las religiones actuales, todas las religiones, son incompatibles con el humor, con la sátira y con el chiste. Están atravesadas por el rigor mortis de la seriedad y no aceptan ni una caricatura, aunque la hicieran Picasso o Dalí. Lamentablemente, parecen decirnos que la risa es incompatible con la fe. Muchas veces, los risoterapeutas aconsejan que nos riamos de nosotros mismos. Consejo baldío en lo que hace referencia a las creencias religiosas. Cualquier latigazo contra el orden dogmático de la religión católica será respon- dido con una denuncia ante los tribunales. ¡Es tan sensible la creencia y el sentimiento religioso! Cualquier crítica que se haga, sea en clave surrealista como en clave postista, será lo mismo. O llevan a los tribunales al blasfemo o recuerdan que «quien no cree ha perdido lo mejor de sí mismo».
Decía Cioran que todas las religiones son cruzadas contra el humor. Me resulta algo incomprensible. Porque, si hay una cualidad especial por la que un creyente debería reconocerse, es por su sentido del humor.
Al fin y al cabo, si hay alguien que tiene claro su destino y su estar en el mundo es el buen creyente. Y esto, según dicen los psiquiatras, es fuente de alegría y de satisfacción. Por eso se entiende mal por qué tanta mala bilis por unas caricaturas, por una muñeca Nancy crucificada, por un Cristo cocinado, por una obra de teatro blasfema, por una ley sobre matrimonios homosexuales... Ninguna de estas miserias pulverizará la fe granítica del creyente. Así que dejémonos de exigir perdón unos a otros por nuestras inconmensurables burradas y comencemos a reírnos de nosotros mismos, empezando por nuestras propias creencias, sean religiosas, sexuales, políticas, literarias, gastrosóficas y ateas. Si podemos, claro.
Seguro que a Dios nuestra risa o nuestro sarcasmo no le molestan en modo alguno.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario